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Se comprende así la extraordinaria valentía de que hizo gala Nikulin al dar a conocer sus memorias. Con un clarividencia que sorprende, Nikulin nos dice que su obra solo es un apunte, y que la historia real de los soldados soviéticos en la Gran Guerra Patriótica precisaría de un hombre de la talla de un Soljenitsin, que con tanta exactitud supo reflejar la ignominia del GULAG. Nikuli, por su parte, dejará muy claro que no pretende que su descripción sea la única y verdadera de los acontecimientos ocurridos entre 1941 y 1945 y el propio escritor desaconsejaba calificarlo de objetivo. Su perspectiva es personal. Muestra la guerra al desnudo, las experiencias de personas normales que se vieron atrapadas en su torbellino. Nos retrata a un niño asustado que acabó solo y simplemente tuvo que sobrevivir. Pero también denuncia una y otra vez como decenas de miles de hombres eran lanzados al matadero para cumplir órdenes absurdas, dadas por Stalin, y acatadas por miles de mandos subordinados. Muestra la incompetencia, la brutalidad, el cinismo, la corrupción, del Ejército Rojo. Denuncia, en suma, que se obtuviera la victoria por el expeditivo método de mandar a la muerte sin contemplaciones a millones de soldados soviéticos. Y también denuncia como ese mismo Ejército Rojo actuó con extraordinaria brutalidad contra los civiles enemigos, en especial contra las mujeres alemanas. La imagen de un Ejército Rojo que era modelo de virtudes patrióticas y militares se rompe por mil lados con el retrato que de él hace Nikulin. Y que otros muchos centenares de miles de exsoldados soviéticos hubieran hecho de no haber durado hasta 1991 la dictadura comunista (que impedía publicar cualquier libro que no obedeciera al canon).